- Señor, mañana, o el día que sea, ordenarás a tus guerreros que te sigan y que marchen a la batalla. Cuando haya terminado la batalla y el ejército de los sátrapas haya sido destruido, Tecnef y yo dedicaremos loas a tu victoria y nos despediremos.
- ¿Tan pronto? ¿Por qué?
Dimas vaciló; buscaba las palabras. Tecnef, oculta detrás de él, dijo en voz baja:
- Nos asfixiamos.
Alejandro enarcó las cejas.
- ¿Asfixiarse? - Luego sonrió, cansado - Entiendo. Demasiada gente, ¿no?
- Eso también. No es fácil de describir. Una ciudad es un aparato caótico y complejo, una máquina con ruedas, émbolos, correas y espigas, todo un engranaje en que cada cosa tiene su sitio y su sentido; pero también hay sitio para quienes no son parte de la máquina...para los músicos, por ejemplo. Tu ejército, señor, es mucho más complejo; al menos para nosotros. Y aquí no hay espacio para nosotros, a la larga, quiero decir. Tendríamos que ser parte del engranaje; lo cual sería el final de nuestra música. La otra solución es marcharnos.
Alejandro se incorporó. De pronto sus ojos chisporroteaban; cuando puso las manos sobre los hombros de Dimas, dio la impresión como si algo del rey pasara al músico: el fuego, la fuerza, la energía; y el angustiado anhelo de lo ilimitado.
- Yo soy el engranaje - Era la voz de Alejandro: el amor, el poder, la promesa - Soy cada parte y soy el todo.Y hay cabida para los músicos; hay cabida para ellos, y hay dinero. ¿Quieres ser el fuego en el Sol, la sangre en el desierto, un grito en la cumbre?
El cansancio había desaparecido, no existían ni el tiempo ni sus consecuencias. Dimas sólo veía al rey, percibía su energía sin límites, olía la sal y la vastedad, e intuía una música inimaginable.
(Gisbert Haefs, Alejandro Magno)
1 comentario:
Aprobado en historia antigua.
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